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De La Para El

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March 14, 2024

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RESUMEN

La teoría del “Big Bang” no plantea hoy mayores dificultades para conciliar la

ciencia y la fe cristiana, pues no existe una correlación esencial entre las cosmo- gonías científicas –que se refieren al inicio del universo– y el acto de la creación divina –que postula, en cambio, su origen ontológico, tal como ha reflexionado Santo Tomás–. Ahora bien, cuando contemplamos el otro extremo temporal, considerando la problemática del final del universo, comprobamos que existe un mayoritario consenso entre los cosmólogos respecto de aguardar una futu- ra muerte térmica de escala cósmica, en virtud de la acción gradual pero inexo- rable de la fuerza de la entropía; es decir: un lento e irreversible proceso de degradación creciente de la energía, que culminará en una disolución final de la armonía física universal y la ulterior permanencia de una materia carente de estructuras capaces de generar vida. La entropía plantea, pues, un genuino desafío a la teología: mientras que el accionar de la primera remite a un pano- rama de muerte cósmica, la segunda sostiene, antes bien, la futura plenitud de la totalidad del universo material. He aquí una verdadera superposición de los ámbitos de la ciencia y de la fe, que plantea un estimulante debate. Palabras clave: Ciencia y fe, escatología, cosmología, entropía. ABSTRACT

The theory of the “Big Bang” today does not pose major difficulties in reconciling science and Christian faith, since there is no essential correlation between scientific cosmogony –which relate to the beginning of the universe– and the act of divine creation –which postulates instead (such as St. Thomas has reflected) its ontological origin–. Now when we look at the other temporal end, considering the problem of the ending of the universe, we find that there is a major consensus among cosmologists regarding a future cosmic thermal Revista Teología • Tomo XLVII • Nº 101 • Abril 2010: 69-90 69 CLAUDIO R. BOLLINI

EL DESAFÍO DE LA ENTROPÍA A LA TEOLOGÍA

“La frágil bondad, belleza y vida que contemplamos en el universo se encaminan hacia una perfección y plenificación

que no serán aplastadas por las fuerzas de la disolución y la muerte” Juan Pablo II, Carta al Director del Observatorio Vaticano (1/6/88) death, under the action of the gradual but inexorable force of entropy, that is: a slow and irreversible process of degradation of energy, culminating in a final dissolution of the universal physical harmony and subsequent permanence of a matter devoid of structures capable of generating life. The entropy therefore raises a genuine challenge to theology: while the action of the first refers to a cosmic panorama of death, the second argues, rather, the future fulfillment of the entire material universe. Here is an actual overlap between the fields of science and faith, which poses a stimulating debate. Key Words: Science and Faith, Cosmology, Eschatology, Entropy. 1. Aclaración previa: las interacciones entre ciencia y teología Dado que el tema que desarrollaremos comporta un solapamiento entre los ámbitos de la ciencia y de la fe, convendrá presentar una breve introducción acerca de la perspectiva epistemológica que adoptaremos. En el momento ascendente de su reflexión, la fe entra en contacto con otros saberes sistemáticos. Sucede que en la tarea teológica de dis- cernir la verdad a partir de la Revelación, debe recurrirse inevitable- mente a las mediaciones racionales humanas. No se trata, sin embargo, de emplear instrumentalmente a las ciencias para los fines propios, sino de encarar la tarea de encontrar en ellas una fuente de inspiración para el desarrollo dogmático.1

De entre las diferentes interacciones posibles,2 optaremos por la perspectiva de la “consonancia”: Ciencia y teología retienen sus justas autonomías en sus propios ámbitos, pero sus afirmaciones han de ser capaces de una apropiada reconciliación respectiva en las áreas de even- tual superposición. Las respuestas al “cómo” y el “por qué” deben complementarse sin tensión, pues se reconoce que la ciencia y la teo- logía tienen algo que decirse mutuamente acerca de las realidades a las que se refieren sus respectivos discursos.3 Cada una de ellas, desde su propio espacio, debe aportar su propia perspectiva a fin de elaborar de modo complementario una cosmovisión coherente, que sea capaz de 70 Revista Teología • Tomo XLVII • Nº 101 • Abril 2010: 69-90 CLAUDIO R. BOLLINI

1. G. TANZELLA-NITTI, Scienze naturali, utilizzo in teologia, en www.disf.org/Voci/107.asp, I. 2. J. POLKINGHORNE, Science and Theology, an Introduction, Minneapolis, 1998, 20s. Cf. I. BAURBOUR, “Tipos de relación entre ciencia y teología”, en R. RUSSELL, S. STOEGER,G.COYNE, (comp.), Física, Filosofía y Teología. Una búsqueda en común, México, 2002; M. GARCÍA RODRÍGUEZ, Teología de la Ciencia?, en www.ideasapiens.com/filosofia.sxx/fciencia/teologia_%20cienciaI.htm; G. TANZELLA-NITTI, “Scienze naturali, utilizzo in teologia” en www.disf.org/Voci/107.asp. 3. POLKINGHORNE, Science and Theology, an Introduction, 22. interpretar sin reduccionismos toda experiencia humana.4 Obvios ejemplos de la búsqueda de esta “consonancia” son la historia del uni- verso, el surgimiento de la vida, la naturaleza de la persona humana y la relación mente y cuerpo.

Al provenir del Dios Creador, la verdad es una, y no puede con- tradecirse a sí misma. Así pues, resulta siempre posible elaborar, con- junta y armoniosamente, una cosmovisión coherente. Para asumir este encuentro equilibrado –sin fusión ni separación– se impone un empleo cuidadoso de algunos términos que son patrimonio de ambas disciplinas, como materia, nada, espacio y tiempo. Estas nociones, empleadas habitualmente por la física y la cosmología científica, tradi- cionalmente han comportado significados bien distintos en el ámbito intra-teológico. En este sentido, la filosofía y la teología deben recon- siderar las distinciones tajantes entre materia y energía o entre espacio y tiempo, a la luz del descubrimiento de la recíproca equivalencia dinámica en los miembros de ambas duplas. Pero, paralelamente, la fe cristiana deberá preservar ciertos conceptos irrenunciables –de muy diversa significación en ciertas visiones altamente especulativas y aje- nas a la fe–, tal es el caso de nociones como “inmortalidad”, “alma”,

“ser humano” y “eternidad”.

Una última aclaración: existe un indudable componente de objeti- vidad de las ciencias exactas, gracias al cual sus formulaciones deben hablar por sí mismas, excluyendo al sujeto interpretante. Sin embargo, las teorías no poseen el rango de verdad irrebatible; ni siquiera los datos aportados pueden sino ser de valor provisorio. Al trabajarse en el nivel de lo registrable sensiblemente y elaborable intelectualmente, las conclusiones se ven sujetas a permanentes revisiones y modificacio- nes. En suma, los paradigmas de la cosmología científica son, por cier- to, capaces de expresar parte de la verdad objetiva de nuestro univer- so, pero sin jamás agotarlo en una visión definitiva. Habiendo hecho estas puntualizaciones, nos proponemos ahora indagar acerca de un caso concreto de solapamiento entre ciencia y teología: la entropía y sus consecuencias cósmicas.5 Revista Teología • Tomo XLVII • Nº 101 • Abril 2010: 69-90 71

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4. M. ARTIGAS, Filosofía de la ciencia, Pamplona, 1999, 266s. 5. Este artículo es una reelaboración a partir de algunos aspectos de la tesis doctoral del autor; a ésta remitimos para ampliar sus diversos conceptos: C. BOLLINI, Fe Cristiana y Final del Universo: La escatología cósmica a la luz de los modelos actuales de la cosmología científica, Buenos Aires, 2007.

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2. Entropía y evolución del universo

Ante la mirada creyente, el universo alude de múltiples modos a la fecundidad del Creador: se manifiesta abierto, evolutivo y lleno de posi- bilidades para el desarrollo de la vida, con su proliferación de fuentes de energía. En efecto, dentro de su radio observable de unos 14.000 millo- nes de años-luz,6 contiene unas 100.000 millones de galaxias, cada una de las cuales tiene a su vez unas 100.000 millones de estrellas. La “Vía Láctea”, nuestra propia galaxia, con su forma de disco elíptico es de unos 100.000 años-luz, posee en su seno similar cantidad de estrellas.7 Ahora bien, existe un proceso físico cuyo accionar parecería con- tradecir este panorama de universal fertilidad.

2.1. El concepto científico de Entropía

El concepto de “entropía” es bastante extraño al quehacer teoló- gico.8 Son escasas las obras de teología dedicadas al diálogo con la cos- mología moderna; además, éstas generalmente asumen los datos astro- nómicos recién referidos con la justa actitud de asombro pascaliano ante la grandeza del Creador sin reparar, conjuntamente, en los aspec- tos más oscuros y tortuosos del universo.

Los cosmólogos se han topado, efectivamente, con la angustiante perspectiva de una muerte térmica universal, a saber, el colapso de sus estructuras sustentadoras y generadoras de vida –tales como estrellas y galaxias–, que culmina con la disgregación de las mismas unidades elementales de materia –protones–. Este oscuro escenario surge de la insidiosa acción de una fuerza llamada entropía.9

Desde el mismo comienzo del universo, simultáneamente con la energía y la materia comenzó a existir una dirección irreversible, como propiedad misma de lo existente, que marca una distinción entre el 6. El año-luz es una medida de distancia: es el trayecto recorrido por la luz –cuya velocidad es de 299.792 km/seg– en un año. Es aproximadamente 10.000.000.000.000 de kilómetros. 7. Los adjetivos que califican estas futuras etapas cósmicas pierden en un punto toda sig- nificación para el intelecto humano. Viviendo en un entorno cotidiano donde solemos manejar magnitudes de años de, a lo sumo, dos o tres dígitos, nos es ya extremadamente difícil concebir un universo cuya edad se representa con once cifras. Qué decir entonces cuando al adentrarnos en ese futuro lejano debamos enfrentarnos con períodos de tiempo de 30, 100, y hasta 1.000 cifras? 8. Por ejemplo, el término no figura ni como título ni como palabra clave en el amplio catá- logo de la Biblioteca de la Facultad de Teología de la UCA. 9. Del griego εντροπíα, “transformación”.

pasado y el futuro: se trata de la “flecha del tiempo”. Ahora bien, en la segunda mitad del siglo XIX se descubrió que esta evolución tempo- ral trae aparejada la llamada “flecha termodinámica”, que mide la entropía o desorden en un sistema. Este hecho trajo notables conse- cuencias para nuestra concepción del cosmos.

En el año 1865 Rudolf Clausius ( 1888) formuló su famosa

“Segunda Ley de la Termodinámica”.10 En su forma más sencilla, esta Ley afirma básicamente que el calor fluye desde una zona de mayor temperatura –o de mayor agitación energética– hacia una de menor temperatura. Sin embargo, dado que el flujo calórico es unidireccional, el proceso es asimétrico en el tiempo.11 Así, de un modo más general, se postula la irreversibilidad de la mencionada entropía. Dado que la entropía ganada por el cuerpo frío es mayor que la perdida por el calien- te –a causa de un efecto termodinámico– la entropía de todo sistema ais- lado crece. Es por eso que la entropía es una magnitud que mide el cam- bio termodinámico irreversible. Se verifica en cualquier ámbito cerrado una creciente e inevitable tendencia al desorden, hasta que acontece por fin un equilibrio termodinámico, en el que las moléculas se encuentran distribuidas homogéneamente y tienen una temperatura uniforme: se dice que entonces el sistema alcanzó su máximo desorden, pues ya no existen estructuras organizadas sino una uniformidad indiferenciada. Analógicamente, resultan más ordenados unos libros clasificados alfa- béticamente en una biblioteca que desparramados por el suelo.12 Ahora bien, si el universo como conjunto se considera como un sis- tema cerrado –no existe nada fuera de él– entonces la 2ª Ley predice que la entropía global del universo siempre crece. Como consecuencia inevi- table, el universo se verá finalmente desprovisto de su capacidad de gene- rar energía, al no poder intercambiar trabajo entre fuentes de diferentes temperaturas;13en ese momento, se convertiría en un lugar muerto y esté- ril. Este estado se lo conoce como la “muerte térmica del universo”.14 Revista Teología • Tomo XLVII • Nº 101 • Abril 2010: 69-90 73

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10. Junto con R. Clausius deben considerarse también para el desarrollo del concepto de entropía los trabajos otros dos científicos del siglo XIX: H. von Helmholtz y Lord Kelvin. 11. C. BOLLINI; J. J. GIAMBIAGI, Mecánica, Ondas, Acústica, y Termodinámica, Buenos Aires, 1975, 423.

12. M. LIVIO, The accelerating universe, New York, 2000, 75. 13. Constituye un buen ejemplo considerar el calor vertido por el Sol, que se dispersa sin recuperarse nunca. Cf. P. DAVIES, Los últimos tres minutos, Buenos Aires, 2001, 23s. 14. Si bien hemos encontrado esta perspectiva en la mayoría de las obras que consultamos, es necesario destacar que no todos los físicos aceptan esta aplicación global de la entropía. Pero existe aún otra cuestión. Los cosmólogos se han topado aquí con una paradoja: además de la flecha entrópica es menester admitir otro proceso de sentido opuesto: la dirección del orden creciente del universo. En efecto, luego de la inicial etapa inflacionaria –conocida comúnmente como “Big Bang”–, fueron plasmándose sucesivamente entes como quarks, átomos, moléculas, galaxias, estrellas y, posterior- mente, las encumbradas realidades de la vida y la conciencia. Han sur- gido, pues, sistemas progresivamente organizados.

Esta flecha parecería contradecir a tal punto la orientación de la 2ª Ley de la Termodinámica, que el físico francés León Brillouin ( 1969) acuñó el término como “neg-entropía”. Se denota con este concepto la capacidad de ciertos sistemas, en especial aquellos vivos, para desarrollar estados de organización crecientemente improbables, vale decir, a con- tracorriente del curso esperable de la entropía.15 Sin embargo, la parado- ja es sólo aparente: se demostró que el mantenimiento de las estructuras vitales genera, a la par, entropía. Así pues, la entropía total del universo crecería aún cuando decreciera la entropía de un sistema en particular.

–Volviendo a la analogía de los libros: mientras que existen una infini- dad de modos de desparramar una colección de libros por el suelo en desorden, hay uno sólo en el que quedan ordenados alfabéticamente, y, por eso, es necesario invertir en esta tarea mayor trabajo e información–. Así, la flecha de la Entropía crece, mientras que la neg-entrópica, yendo a contracorriente, desaparece gradualmente.

2.2. Entropía y destino del cosmos

La progresiva e inexorable victoria de la entropía sobre la neg- entropía determina la evolución futura de las fuentes generadoras de vida, y, con ellas, el destino de la vida misma.

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Argumentan algunos científicos que no es adecuado extrapolar esta medición física a la totalidad del universo, por ser una medida estadística. Se necesitaría un racimo de universos, y no uno sin- gular, para saber si crece la entropía cósmica (Cf. la explicación de la relación entre Entropía y Mecánica Estadística en BOLLINI; GIAMBIAGI, op. cit., 435s. Para una fundamentación detallada: B. DIU; C. GUTHMANN; D. LEDERER; B. ROULET, Physique Statistique, Paris, 1989. 15. Cf. los siguientes documentos electrónicos: M. ARNOLD; F. OSORIO, término “negentropía” en rehue.csociales.uchile.cl/publicaciones/moebio/03/frprinci.htm#negentropia, del Departamento de Antropología, Universidad de Chile; J. JUARISTI LINACERO, “Teoría de la información en geografía”, en www.ingeba.org/lurralde/lurranet/lur07/07jua/jua07.htm (Universidad del País Vasco); S. RODRÍGUEZ,

“Introducción a la informática”, en www.virtual.unlar.edu.ar/catedras-virtuales/info_dato/informatica/ 2000/apunte/htm/apu02.htm (Universidad de La Rioja). Las estrellas son nada menos que las responsables directas de las mani- festaciones vitales conocidas. Su duración no es eterna: su tiempo prome- dio de vida “activa” oscila entre 10 y 15.000 millones de años. Durante esta etapa las estrellas viven gracias a un sutil equilibrio entre la expansión, cau- sada por la fuerza termonuclear que surge de la transformación del Hidrógeno (H) en Helio (He), y la contracción, producida por la fuerza gravitatoria.16 Cuando por fin se agote el H por haberse transformado totalmente en He, el fuego central de la estrella perderá su combustible y la etapa de tranquila armonía de la estrella concluirá.17 Entonces, su tempe- ratura superficial descenderá lentamente; mientras tanto en su interior comenzará una nueva fusión nuclear, esta vez a partir del He residual de la etapa anterior. La temperatura interna aumentará paralelamente. Tras el agotamiento del H, comenzará la consumición del Carbono. La estrella romperá entonces su equilibrio interno, pues el aumento de las tensiones superficiales ya no podrá ser contenido por la gravedad, y la estrella aumentará considerablemente de tamaño, mientras que su temperatura superficial desciende y la estrella vira al rojo. El modo en que muere una estrella dependerá decisivamente de su masa inicial: puede terminar tanto pacíficamente, en un cuerpo opaco, de ínfima radiación, llamado “enana marrón”,18 como violentamente, en una explosión de supernova.19 Las galaxias, en cuyo seno se producen las estrellas, también encon- trarán un similar desenlace. Su declinación comenzará dentro de 10.000 millones de años, cuando la mayor parte de las estrellas que hoy contem- plamos haya desaparecido. Si bien surgirán otras que nuevas ocuparán su lugar –en virtud de la contracción de las nubes de gas acumulados en sus brazos espirales–, esta materia, al cabo, se agotará.20 Conforme vayan apartándose unas de otras, las galaxias agotarán todas sus reservas de gas para formar nuevas estrellas, y las antiguas se apagarían y morirían. Las galaxias agotarán finalmente todas sus reservas de gas para formar nue- vas estrellas, y las antiguas se apagarán y morirán. Finalmente, llegará el colapso de todas las estrellas en el interior de cada galaxia, dentro de unos 1.000 billones de años. Conforme el universo se expanda, estas menguantes galaxias irán diluyéndose gradualmente, apa- Revista Teología • Tomo XLVII • Nº 101 • Abril 2010: 69-90 75

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16. J. P. LUMINET, Black holes, Cambridge, 1992, 63. 17. Ibídem, 66.

18. Éste es el destino de nuestro Sol, a causa de su masa relativamente pequeña. 19. F. ADAMS; G. LAUGHLIN, “A dying Universe: the Long-term fate and evolution of astrophysical objects”, Review of Modern Physics 69 (1997) 338s. 20. P. DAVIES, op. cit., 63s.

gándose y extinguiéndose. Toda la materia organizada terminará finalmen- te por desaparecer, quedando la esterilidad de un mar inconcebiblemente tenue de partículas disgregadas: fotones, neutrinos, y un número men- guante de electrones y positrones, cada vez más alejados unos de otros.21 En este panorama de muerte, quedará aún con vida una fuente de energía: los agujeros negros.22 Estos aportarán una última fuente de energía para un cosmos exhausto: Las estrellas moribundas podrían liberar cien veces más energía al caer en un agujero negro que la que habían generado en su etapa “normal”, cuando era una bola incandes- cente de gas experimentando procesos termonucleares. No obstante, luego del inconcebible lapso de 1065 años, estos objetos ultra-energéti- cos también terminarán pereciendo por evaporación por efecto de la

“radiación gravitatoria” o “radiación de Hawking”.23 En un futuro lejano, los protones terminarán por decaer o desinte- grarse –según algunas estimaciones, dentro de unos 1037 años, pero hay científicos que postulan incluso un límite de 10200 años–,24 transformán- dose en un mar indiferenciado de partículas como electrones, positrones y neutrinos. Éste sería el último y definitivo acto del cosmos. Ahora bien, hasta hace unos pocos años los cosmólogos suponían que, por lógica consecuencia de la fuerza de gravedad –que actúa como freno a la velocidad de alejamiento de las galaxias–, la tasa de expan- sión del universo se hallaba en constante disminución a partir del Big Bang. Por eso, se creía que la cuestión del destino del universo depen- día en gran medida de su cantidad total de materia. Bajo estas suposi- ciones, si la velocidad de expansión de las galaxias fuera suficientemen- te rápida como para igualar o vencer la fuerza gravitatoria de la masa total existente, éstas lograrían “escaparse” unas de otras. En esta alter- nativa, el universo se expandiría para siempre, sin jamás detenerse por completo. Si, caso contrario, la masa total del universo excediera su 76 Revista Teología • Tomo XLVII • Nº 101 • Abril 2010: 69-90 CLAUDIO R. BOLLINI

21. Ibídem, 108.

22. Los agujeros negros se forman a partir del colapso gravitatorio y la consiguiente contrac- ción de estrellas de más 8 veces la masa del Sol. La fabulosa densidad de estos objetos produce un campo gravitatorio tan fuerte que atrapa la luz y no la deja escapar –de hecho, nada puede ven- cer su fuerza de atracción–; de aquí, su nombre.

23. Ésta es parecida a la radiación electromagnética, pero resulta la más débil de la natu- raleza. Se produce radiación gravitatoria cada vez que se perturba una masa, mediante un proceso cuántico descubierto por Stephen Hawking. En cuerpos tan masivos como los agujeros negros se produce una intensa radiación gravitatoria.

24. Cf. M. LIVIO, op. cit., 173; ADAMS; LAUGHLIN, op. cit, 368s. velocidad de escape, la expansión se detendría en algún momento y comenzaría a revertirse, para colapsar finalmente en un núcleo hiper- denso e hiper-caliente, proceso llamado popularmente “Big Crunch”.25 Desde hacía décadas, los cosmólogos habían ya coincidido mayo- ritariamente en que el destino más probable era el de expansión inde- finida. Gracias a un nuevo descubrimiento,26 este escenario pronosti- cado, lejos de verse refutado, se manifestaría más cierto y próximo que lo que se había supuesto inicialmente: los astrónomos advirtieron no sólo que el universo se expandirá para siempre, sino que lo hará a velo- cidades siempre crecientes.27 Esto aceleraría aún más el proceso entró- pico del universo, aunque la incidencia en el acortamiento de los pla- zos previstos es aún por demás incierto.

De todos modos, se veía confirmada la degradación gradual pero inevitable de toda estructura cósmica y, con ella, la posibilidad del mismo surgimiento de la organización, la vida y la conciencia. Advendría de manera inevitable el “final” físico del universo; esto es, un hito luego del cual no cabe esperar ulteriores eventos físicos. No sería inadecuado calificar a este panorama donde ningún suceso signi- ficativo alterará ya esa árida esterilidad, de “muerte eterna”. 3. Algunos datos significativos desde la fe

Habiendo presentado un muy sucinto panorama de lo que la cien- cia cosmológica contemporánea afirma respecto de la entropía y su Revista Teología • Tomo XLVII • Nº 101 • Abril 2010: 69-90 77

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25. P. DAVIES, op. cit., 136.

26. Mario Livio, director del telescopio espacial Hubble, califica el hallazgo de la aceleración cósmica como “el más importante desde el descubrimiento de la radiación de fondo” (op. cit., 160) y señala que no resulta sorprendente que la revista Science presentara al universo en aceleración como el “descubrimiento del año” (Ibídem, 166).

27. Esta aceleración no podía explicarse ni por la materia ni la radiación conocidas. Se gene- raría, en cambio, gracias a la llamada “energía del vacío”. El vacío nunca puede ser considerado

“estéril”: aún si un campo no contuviese partícula alguna, su energía, en el nivel cuántico, no es nunca nula (H. REEVES, El primer segundo, Santiago de Chile, 1998, 121). Esta actividad incesante es, por tanto, lo que se conoce como “energía del vacío” o “energía oscura”. En la medida en que el universo se expande, la materia se hace menos densa y la gravitación decrece; así, la fuerza de repulsión cósmica termina por dominar, causando, en vez de la esperada desaceleración, una ace- leración en la velocidad de la expansión (M. LIVIO, op. cit., 161). Aparentemente, la incidencia de esta aceleración (coeficiente “?”) en el destino del universo sería la siguiente: si tomamos el cosmos como un todo compuesto de materia y energía (“Ω total”), habría sólo un 4% de materia ordinaria, un 23% estaría compuesto de materia oscura o invisible, y el resto, un 73%, estaría cons- tituido por la energía oscura. Cf. C. SEIFE, “Illuminating the dark universe”, Science 302 (2003) 2038. 78 Revista Teología • Tomo XLVII • Nº 101 • Abril 2010: 69-90 CLAUDIO R. BOLLINI

relación con la evolución y destino del universo, examinemos ahora sus implicaciones para la fe cristiana. Nos adentraremos, pues, en el méto- do propiamente teológico y, por ende, procuraremos un discurso racional a partir de la autoridad de Dios mismo en tanto que Revelante, mediante su doble vertiente, en mutua e íntima comunica- ción, de las Sagradas Escrituras y la Tradición.28 El interrogante fundamental que propone este artículo puede pre- sentarse así: de cara a la ley del decaimiento entrópico del universo, con la consiguiente desaparición de toda forma de vida, resulta posi- ble creer en una esperanza fundada en la promesa divina de una con- sumación final y definitiva del cosmos? A menos que se reduzca la fe a un asunto a-histórico entre el individuo y Dios, o que se adopte la acti- tud de indiferencia de quien no cree concerniente para la fe el pronós- tico de un final físico universal, no podrá eludirse la pregunta acerca de cuál habrá de ser el destino de esta creación en la que habitamos. Seleccionemos a continuación algunos pocos testimonios signifi- cativos extraídos de entre la larga tradición escritural y patrística para ilustrar cómo la fe ha percibido la acción de la entropía en la creación, con categorías vitales como debilidad, corrupción y caducidad, aplica- bles tanto a la existencia humana como al ámbito de lo terreno. Como primer paso, advirtamos que la tradición profética en las Sagradas Escrituras, cuando dan testimonio de la acción de Dios en la his- toria, lo hacen frecuentemente a partir de la experiencia de las adversidades históricas sufridas por el pueblo de Israel. Yahvé mismo encomienda a los profetas leer en clave divina los “signos de los tiempos”29 en los diversos sucesos trágicos que les tocaba vivir.30 La literatura sapiencial, de un modo más personal, canta la fugacidad –e incluso la futilidad– del paso del ser humano por la tierra. El sheol, como imagen de la ausencia y el no-ser, está en el fondo de su angustiosa experiencia existencial. El israelita no puede encontrar ninguna explicación razonable al mal que padece, y no le queda sino entregarse al inescrutable misterio divino.31 Job se lamenta que el hom- bre es “como una flor que brota y se marchita”,32 “como una sombra que 28. VATICANO II, DV 9.

29. Cf. Eclo 42, 18; Mt 16,3.

30. Cf. Lam 1,17s; Os 2,8s; etc.

31. Cf. R. MURPHY, “Wisdom in the OT”, en Anchor Bible Dictionary, New York, Edición en CD- Rom, 1997.

32. Job 14, 2; cf. Sal 90, 6.

huye y no permanece”,33 y el salmista alaba a Dios que hace “que el hom- bre vuelva a su polvo”.34 El autor de Eclesiastés también percibe amarga- mente la vacuidad del hombre: “Una generación va y otra generación viene, mas la tierra permanece para siempre”.35

Es por excelencia en la literatura apocalíptica donde esta atribula- da experiencia se extiende al cosmos todo. En efecto, más que una redención del mundo, la apocalíptica decreta su caducidad y necesidad de reemplazo por una realidad nueva y mejor. Este cosmos será susti- tuido por “cielos nuevos y tierra nueva” (Is 65,17; 2Pe 3,13; Ap 21,1). Ampliemos este tópico.

3.1. La corriente apocalíptica: la caducidad del mundo La corriente apocalíptica formula la espera de un fin del mundo que acontecerá mediante una catástrofe cósmica,36 después de la cual advendrá una salvación paradisíaca y escatológica de la que todas las naciones parti- ciparán.37 Unos de los rasgos más característicos de este género es el anun- cio de una crisis en la presente historia, que dará lugar al advenimiento del nuevo eón y la subsiguiente resurrección general. La realización de los designios de Dios es meta-histórica. En efecto, el reino de Dios ya no se aguarda para este mundo sino para el venidero, cuando el Mesías retorne glorioso. En el presente orden existe, pues, una oposición dualista entre el orden presente, entregado al poder del mal, y el Apocalipsis futuro, en el cual el universo glorificado se disolverá en una nueva realidad celestial.38 Veamos tres ejemplos significativos para nuestro artículo:

• El Trito-Isaías (Is 65,16s) es el primer profeta bíblico que anun- cia apocalípticamente “nuevos cielos y nueva tierra”. En los versículos 16 y 19 se anuncia categóricamente la instauración de esta nueva realidad. Se abolirá toda memoria dolorosa del pasado y surgirá una alegría plena;39 advendrá el tiempo escato- Revista Teología • Tomo XLVII • Nº 101 • Abril 2010: 69-90 79

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33. Job 14, 2.

34. Sal 90, 3; cf. Gn 3, 19.

35. Ecl 1, 4.

36. Cf. Dan 7,11; 2Bar 20,8; 4Esd 5,4s, etc.

37. A. DÍEZ MACHO, Introducción general a los apócrifos del Antiguo Testamento, Madrid, 1984, Tomo I, 46s.

38. P. GRELOT, “Apocalíptica”, en Sacramentum Mundi, Barcelona, 1976, Tomo I, 327. Tal es el caso de Dan 12,1s y Sab 4,20s.

39. L. ALONSO SCHÖKEL, “Isaías III”, en Comentarios a Profetas, Madrid, 1984, Tomo I, 388. lógico aludido en Gen 3,14, donde se anuncia que la serpiente se alimentará del polvo, y ya no



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